La prensa Vasca prefiere un sí definitivo. Salvo el diario de
Vocento, tanto el órgano del PNV como el medio ‘portavoz’ del
entorno etarra hablan de la alegría e irreversibilidad del proceso. Claro que
en Septiembre de 1998 decían exactamente lo mismo.
“Esperanza y cautela” (Editorial de EL
CORREO)
La declaración de un «alto el
fuego permanente» por parte de ETA se convirtió ayer en esa buena noticia que
toda la sociedad española, y especialmente la vasca, esperaba desde hace
tanto tiempo, a pesar de la terrible frustración que supuso la ruptura de la
tregua de 1998. Por muchas que sean las dudas e interrogantes que suscita la
escueta nota hecha pública por ETA, no podrían empañar el alivio que siente
la ciudadanía entera y en particular aquellas mujeres y hombres que vienen
padeciendo la persecución directa del terrorismo. Pero, de igual modo, la
lógica alegría del momento no puede inducir confusión. La sociedad no tiene
motivo alguno para mostrarse agradecida -tal y como desearía ETA- a una banda
que ha cometido los más horribles crímenes con el ensañamiento de quien
pretende imponer su dictadura. Todo lo contrario. El anuncio de ETA, en lo
que contiene de esperanza pero también de incertidumbre, invita a la
ciudadanía entera y en especial a las instituciones a girar la vista hacia
las víctimas del terrorismo, hacia su memoria y las vicisitudes de sus
deudos, para recordar que no podrá hablarse de paz si ésta no se construye
sobre la justicia en el Estado de Derecho.
El comunicado de ETA abre un
período que puede convertirse en lo que convencionalmente se ha dado en
llamar 'proceso de paz' siempre que concurran dos circunstancias: que
desaparezca toda violencia física o coacción expresa y que ETA no pretenda
convertir un «alto el fuego permanente» en un recurso chantajista para con la
legítima actuación de las instituciones de la democracia. En este sentido,
las palabras del presidente Rodríguez Zapatero ofreciendo y demandando
«prudencia, calma, serenidad, responsabilidad y el concurso máximo de
voluntades» expresan una recepción cabal del mensaje de ETA. El Gobierno
tiene el deber de mantener la iniciativa política en un ámbito en el que el
propio presidente se ha comprometido tanto. Para ello tiene también el
derecho de recabar el apoyo confiado de todas las fuerzas parlamentarias sin
otra reserva que su también legítima potestad para expresar su opinión en un
leal contraste de pareceres. El anuncio de que en próximos días Rodríguez
Zapatero mantendrá un encuentro con el líder del Partido Popular, Mariano
Rajoy, brinda una oportunidad que ambos han de aprovechar inexcusablemente no
sólo para enderezar de forma unitaria la estrategia democrática ante ETA;
también para devolver el ánimo a una ciudadanía que sin duda deplora el
penoso espectáculo que día tras día ha venido convirtiendo a ETA en motivo de
enfrentamiento descarnado entre las formaciones llamadas a sucederse en el
Gobierno de España.
Al Ejecutivo de Rodríguez
Zapatero corresponde administrar el nuevo tiempo granjeándose la confianza permanente
de la oposición mediante una comunicación también permanente. A la oposición,
actuar con la prudencia y la discreción que el momento requiere. Pero esta
misma disposición atañe al conjunto de las instituciones. También al Gobierno
vasco y a su lehendakari. Las palabras de Ibarretxe, anunciando ayer mismo
que ha tomado contacto con los representantes de todas las fuerzas vascas
para proponerles el «inicio de una fase preliminar de diálogo sin exclusiones
con el objeto de concretar calendario, principios, metodología y contenidos»
y avanzando además que sus resultados serán sometidos a consulta popular,
adquieren toda la connotación de un protagonismo prematuro.
La sociedad alberga la esperanza
de que el anuncio de ETA se vuelva irreversible para el terrorismo. Que la
violencia sea desterrada ahora y para siempre. Pero aun desde tan optimista y
deseable perspectiva, resultaría obligado percatarse de que la etapa que
ahora comienza se presenta llena de riesgos políticos, de tentaciones de
exclusión, de querencias unilaterales. Incluso en la más optimista de las
hipótesis parece indudable que nos adentramos en un período prolongado de
incertidumbre. Paradójicamente, el propio horizonte de una pronta
desaparición de ETA podría enconar la disputa entre las distintas
formaciones, fragmentar el panorama parlamentario en Euskadi y generar tantos
agravios como frustraciones. Es por ello que partidos e instituciones están
obligados a encauzar de manera ordenada su propia acción política, no sea que
las emociones del momento desemboquen en el subasteo público e interesado de
propuestas y planes cuya discusión, en todo caso, ha de remitirse a la
vigencia de un marco de derecho y corresponsabilidad pública. Un marco que
tanto ETA como la izquierda abertzale se obstinan en tratar de desbordar
desde el rupturismo.
El peor de los riesgos se
encuentra en el olvido. En el olvido de las víctimas del terrorismo y de su
testimonio moral como guía para que la sociedad entera pueda discernir la paz
de la componenda. El olvido de que hasta la fecha ETA ha frustrado todas las
oportunidades que se le han brindado para poner fin a su propia existencia y
responder así al clamor popular. El olvido de que un «alto el fuego
permanente» no es sinónimo del final definitivo del terrorismo. También por
eso es necesario que tanto el Gobierno como el resto de las instituciones y
los partidos democráticos adviertan a ETA de que no pretenda conseguir con la
añagaza de una tregua concedida lo que no ha logrado arrancar a la sociedad y
a la democracia mediante el terror como sistema de coacción generalizado.
Editorial publicado
en el diario EL CORREO y EL DIARIO VASCO
el jueves 23 de marzo de 2006. Por su interés reproducimos íntegramente el
texto.
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“En un proceso irreversible” (Editorial de
DEIA)
El comunicado de ETA en el que
declara ‘‘un alto el fuego permanente’’ a partir de
mañana es la buena noticia que esperaba la inmensa mayoría de la sociedad
vasca desde que hace más de siete años, el 16 de setiembre de 1998, la organización
armada anunció una ‘‘tregua indefinida’’ que duró
catorce meses. Tras la frustración de entonces, resurge ahora, con más
fuerza, la ilusión de que comienza la esperanzadora etapa de consolidación
definitiva del proceso de pacificación y normalización política de Euskadi,
para la que es necesario que el conflicto salga de la calle. Este cese de la
actividad armada, que marcaría el principio del fin de la violencia tan
insistentemente anunciado por Zapatero (ahora le corresponde a la política
afianzarlo), parece confirmar que en esta oportunidad los imprescindibles y
absolutamente lógicos contactos previos entre las partes, la
‘‘cocina’’, se realizaron con discreción y eficacia.
Representa el paso necesario para la concreción de las buenas intenciones de
la izquierda radical abertzale, de utilizar vías exclusivamente pacíficas y
democráticas, manifestadas en Anoeta a finales del año 2004 y en la posterior
propuesta del presidente del Gobierno español, avalada por la mayoría del
Congreso de los Diputados de establecer un diálogo para superar el problema.
Entramos, pues, en un escenario de negociación política en el que todos los
partidos se deberían implicar en la búsqueda de soluciones para un conflicto
que es esencialmente político, aunque algunos se nieguen a reconocerlo. Con
el ritmo y las cautelas precisas, se deben aportar responsabilidad y
flexibilidad para que este proceso de paz sea irreversible. El pueblo vasco
no perdonará a quien obstaculice la consecución de la paz y el reconocimiento
de sus derechos. Iniciamos una etapa histórica.
Editorial publicado
en el diario DEIA el jueves 23
de marzo de 2006. Por su interés reproducimos íntegramente el texto.
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“La hora de la responsabilidad y de los
hechos” (Editorial de GARA)
El anuncio de alto el fuego permanente
de ETA provocó ayer un terremoto político, social y mediático de una enorme
magnitud.
La importancia y el calado de la
iniciativa de la organización armada y su indudable aportación al proceso de
resolución del conflicto ocupó, prácticamente desde el mismo instante en que
se hizo público el mensaje, portadas y horas de emisión ininterrumpida en
todos los medios de comunicación o en casi todos.
La iniciativa de ETA sitúa el
proceso en un nuevo prisma y, en cierto modo, obliga a retratarse a muchos de
los actores, protagonistas o agentes que, durante estos últimos y convulsos
meses, han pretendido moverse en una indefinición o ambigüedad interesadas.
La inercia en la que algunos han querido ampararse en estos últimos años ha
coqueteado en demasiadas ocasiones con la tentación de poner obstáculos, e
incluso poner en peligro el proceso mismo, en lugar de trabajar por abrir
vías de soluciones, hasta el punto de reflejar que en esa situación había
quien parecía sentirse cómodo. Pese a estas actitudes, hoy asistimos a una
iniciativa que ha sacudido muchas cosas y que, en buena lógica, debería
llevar a la reflexión a quienes esgrimen discursos y actitudes que en nada
ayudan a buscar un camino de resolución. El terremoto ha sido tal que ha
provocado reacciones oficiales en las principales capitales mundiales,
incluidas Londres y Washington.
Es obvio que al primer momento
de impacto deberá seguir, en buena lógica, una reflexión pausada que permita
a todas las partes dar la dimensión adecuada al alto el fuego permanente de
ETA, dimensión que va, sin duda, mucho más allá del cese de las acciones
armadas. A nadie con un mínimo conocimiento de los procesos de resolución de
conflictos en el ámbito internacional y con un rigor básico a la hora de
abordar estas cuestiones se le escapa que cuando una organización armada toma
una decisión de tal trascendencia es porque es de suponer que ha habido un
intenso trabajo de trastienda, labor que implicará y comprometerá a otros
actores claves del proceso abierto.
A nadie se le escapa, tampoco,
que este anuncio en absoluto significa el final de un camino, como algunos
pretenden hacer creer en función de sus propios intereses, sino todo lo
contrario, el inicio del partido si utilizáramos un símil deportivo. Un
partido que exigirá mucha responsabilidad a todas las partes y mucha voluntad
de avanzar en la resolución del conflicto y cuyo futuro, como desde su
nacimiento ha sostenido este diario, deberá sustentarse en el diálogo, la
negociación y el acuerdo, y, en último término, en la palabra y la decisión
que adopten los ciudadanos y ciudadanas vascas sobre su futuro.
Todo aquel que se adentra con
seriedad en esta cuestión coincide en apuntar que será un proceso largo y
complicado, en el que, a buen seguro, no faltarán tropiezos y obstáculos. De
ahí el ejercicio de responsabilidad exigible a todos los actores implicados
en el mismo. Diríase que es hora de responder con claridad, y con hechos, al
futuro. Habrá, cómo no, quien no lo haga porque no le interese hacerlo, y
algunas reacciones registradas ayer dejan clara constancia de ello. París y
Madrid respondieron en clave de prudencia, aunque están llamadas a dar pasos
que demuestren su voluntad real. La mayoría de los agentes de Euskal Herria,
cada uno desde su punto de vista, tuvo una reacción positiva, que debe verse
corroborada con compromisos efectivos. Pero, a la postre, será la
movilización de la sociedad a la que representan esos agentes la que, en la
balanza, tome más peso, ya que es el activo que necesita, y la garantía que
precisa, un proceso para la resolución del conflicto basado en el
reconocimiento de los derechos de Euskal Herria. El momento es importante; lo
que está en juego, mucho más: Euskal Herria.
Editorial publicado
en el diario GARA el jueves 23
de marzo de 2006. Por su interés reproducimos íntegramente el texto.
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